"¿Qué hora es?"
Yolanda Oreamuno
Ensayo "¿Qué hora es?" (extracto)
Yolanda Oreamuno
Ensayo "¿Qué hora es?" (extracto)
Medios que usted sugiere al Colegio para
librar
a la mujer costarricense de la frivolidad ambiente
Sé que el Colegio, al cual deseo rendir de este modo ?bien humilde por cierto- homenaje de gratitud y de cariño, ha medido, desde luego que la fórmula, la magnitud y trascendencia de esta encuesta pública. Dado que es difícil suponer las infinitas ramificaciones y aspectos de este problema, y lo peligroso, para cualquier mentalidad cobarde, de enfocar con recta y certera visión la raíz de un mal que ya adquiere caracteres de epidemia, el Colegio da una muestra decisiva de conciencia docente al abrir en esta forma la puerta a la voz pública, y especialmente a la voz femenina, para que se sientan todos cada día más ligados a la labor que ahí se realiza.
Lo que ahora hace el Colegio equivale a desvestirse de aquella significación puramente ?educativa anquilosada?, que pretendía ver la cuestión pedagógica como una cosa desconectada de la vida que fuera de sus puertas se deslizaban, y que no había asimilado del producto del ambiente y por lo tanto está indefectiblemente ligado a él. De este modo se termina en forma brillante la vieja manía de tomar al alumno como a un conejillo de Indias para realizar en él experimentos y así muere el error de que dichos experimentos pedagógicos comienzan y terminan en el laboratorio. Cuando el alumno ingresa a las aulas es ya un producto, una resultante de impresiones, influencias y emociones fuertemente grabadas en su subconsciente, con las cuales no se puede dejar de contar. Y cuando este alumno sale, va directamente a moverse en un mundo extraño, que acabará de majar en su personalidad hechos y casas que lo condicionarán decisivamente y para los cuales no puede ignorar el Colegio que trabaja.
Creo haber entendido satisfactoriamente el alcance y significación de este gesto, con lo cual me siento capaz de entrar en materia, no sin agradecer antes a "mi Colegio" lo que hace ahora por la juventud de Costa Rica, como en otro tiempo lo hizo por mi personalmente.
La situación social de la mujer en Costa Rica viene a ser la raíz madre de lo que el Colegio llama con tanto acierto frivolidad ambiente. Si aquello es la causa, esto es el efecto. Quiero dejar sentada esta premisa para deducciones finales. Urge por tanto, para entender el problema, remontarse al ambiente infantil familiar y seguir desde este punto de partida paso a paso el movimiento personal de la alumna, con el objeto de que por una simple observación ordenada de los hechos lleguemos a razonables conclusiones.
Desde que comienza la educación de nuestra mujer en el hogar se plantea ya su contradictoria situación: ¿Se educa a nuestras muchachas para que sean buenas señoras de casa, correctas esposas y fuertes madres, o se las educa para que tomen una activa parte en el conjunto social, dentro y fuera del hogar? Si es exclusivamente lo primero, entonces la labor del Colegio en sí esta reñida esencialmente con la educación familiar, desde donde se malea la personalidad de la mujer haciéndola creer que su único destino está en el matrimonio. El Colegio procura capacitar, que no otro propósito es el de los múltiples conocimientos que ahí se imparten. Ahora bien toda capacitación, con ser únicamente un medio, implica, por estricta lógica, un fin subsecuente, un objetivo que dignifique el trabajo realizado, que haga pensar en ilación y continuidad, y que no deje al cabo de cinco años de esfuerzos colectivos la obra trunca, porque la cultura conseguida en el Colegio no puede ser un fin en sí. Caso de que a nuestra mujer se la eduque con el segundo objetivo planteado, entonces se hace necesaria una pregunta orientadora, de ruta futura.
¿Qué va a hacer la alumna después de esos cinco años? ¿Tiene algún objetivo definido? ¿Para qué fin estudia? ¿Entiende la muchacha que se pone blusa rayada que la atención, el dinero gastado, el tiempo invertido y el esfuerzo realizado son valores que necesariamente exigen una finalidad, que se les ponga al servicio de una causa definida? ¿Comprende que la estudia lo hace por algo, y sabe qué es ese algo? ¡No!
La generalidad de nuestras muchachas, la casi totalidad de los padres que las colocan en el Colegio, no se han formulado esa pregunta. Y ellas van porque ?papá quiere?, porque es muy bonito o por necesidad de poder decirse bachiller a los 17 ó 18 años. El padre la matricula: porque a los hijos hay que ?educarlos? (uno de los nuevos deberes paternales que la civilización ha agregado a los tantos y tan difíciles de criar hijos) y es urgente ocupar su imaginación y su tiempo durante los cinco años que hay entre su desarrollo y la ?colocación? definitiva en las manos de un hombre que por A o por B motivos quiera hacerse cargo de ella: el marido. Eso es todo. Pero, digo yo, ¿será justo conformarse con un "eso es todo"? está eso o no reñido con la labor que el Colegio pretende realizar?
La posición viene desde la casa, desde la calle, desde la más elemental educación. Aún más. Este mismo problema tiene diferentes aspectos individuales, ya afecte a cuál de los tipos de muchachas que ingresen al Colegio.
Hay la que va desde el más humilde de los hogares, haciendo inauditos equilibrios económicos para sostener con decoro su posición de estudiante. La otra, que llega de una casa más o menos acomodada, pero sin perspectivas alentadoras que le permitan seguir siendo una carga para la familia.
Y la tercera, la de la casa rica.
La primera, que se supondría la más urgida para señalar su camino, no lo hace, porque sabe que a la hora de dejar el Colegio, si es que llega al final, la palpitante realidad la hará buscar una solución económica inmediata, y ahoga así en el taller o en el mostrador la Aritmética, el Algebra y hasta la Geografía, conocimientos que han resultado de este modo casi inútiles, sin vitalidad. Para esta el Colegio es solo un transitorio puerto entre dos tempestades, la ocasión ilusoria de amistades que muy difícilmente concretan, el contacto alegre con clases sociales vedadas. Esta no desea tomar el estudio en serio: ¿para qué? En cambio, está demasiado dispuesta a tomar en serio las primeras visiones de otra vida que nunca conocerá bien y que durara escasamente cinco años ...Ahora, como esa vida es halagüeña se convertirá en su realidad de Colegio. Nunca el estudio en sí. La segunda, la que oscila entre un grupo y otro, tiene también una bivalente óptica del Colegio. No sabe si las aulas se hicieron para el contacto con la gente alegre de uniforme, solamente, o si va también a estudiar. Para esta el marido es ambiguo. Juega a que "tal vez" ...
La tercera, la rica, tiene tiempo hasta para pensar. A veces el dinero hasta tiempo proporciona. Nada es urgente para ella. Si estudia y ?saca unos? y el papá es liberal, va a Estados Unidos, no sin estrenarse antes en el Nacional, pomposamente vestida de blanco. Y de regreso, ?posiblemente? escoja con quién casarse. No tiene realmente importancia para ella si lo toma en serio o no.
Carente de orientación verdadera, la mujer sólo tiene un incentivo para el estudio: la competencia por la buena nota a como haya lugar y la consecuente memorización, el aprendizaje muerto en sí. Así es como la intrascendencia, la frivolidad germinan en terreno abonado. Son cinco años decisivos perdidos por falta de continuidad, por ver la vida como una ?cosa? en etapas: escuela, colegio, marido, y no como una obra de construcción interna y externa, con movimiento y finalidad. De ahí que para casi todas el Colegio sea: el recreo, los desfiles, la ?salida a las once? y la nota.
La misma situación pre-colegial a que antes aludí está preñada de contradicciones que luego repercuten en la personalidad, en la orientación de la mujer. Una de las más serias que crea la intolerancia doméstica es el gravamen intelectual que significa ser ?hija de familia?. El origen de este término debe ser tan ambiguo como su significado. Ser ?hija de familia? equivale a estar sujeta a la tutela intelectual y moral de nuestros mayores, a perpetuidad; viene a ser como un descargo de responsabilidades en un persona que se considera más capaz para asumirlas. La ?hija de familia? es el producto de un núcleo pequeño y errado ?cerrado, esto es lo grave- al exterior y del que generalmente el padre es la puerta y la llave a la vez. Las influencias exteriores son cotizadas, pesadas y medidas por dicho mentor, las opiniones controladas directamente y, lo que ya es del todo malo, las actividades volitivas borradas en su casi totalidad. Porque poco importa velar celosamente por la hija, si luego discuten con ella las decisiones tomadas, tratando de educar su personalidad, su capacidad para decidir por el buen camino con criterio propio. Lo grave es lo otro, la obediencia irrestricta, sin discusión amigable ninguna y el respeto también irrestricto a lo decretado con anterioridad. Esta clase de dependencias es consecuencia inmediata, por la incomprensión de los deberes y derechos paternales, de la dependencia económica forzosa de la mujer durante el período que por desgracia muchas veces ocupa toda una vida. Ahora bien: quede bien claro, que no voy contra el respeto y la obediencia bien entendidos, sino contra las consecuencias de la interpretación ambiente sobre lo que es ?docilidad?. Y estos efectos de obediencia y respeto, según el significado corriente, de la hija para el padre ?que como ya dije anteriormente, tienen un causa económica- no son lo suficiente elásticos para adaptarse a las nuevas modalidades a que está sujeta la familia media en Costa Rica, en la cual es más frecuente el caso. Esta familia, de pocas posibilidades monetarias, tiene generalmente que lanzar sus hijos a la vida, al trabajo y a un ambiente en contra del cual los ha acondicionado. Y al exigir a los hijos tal actitud, se encuentran éstos cohibidos, sus responsabilidades limitadas a cero, puesto que han de recaer lógicamente en el que planteó la posición. La muchacha así, se ha acostumbrado a que dicha persona piense por ella, a que la vida no sea más que una realidad para el padre, único quien tiene que asumir actitudes agresivas y defensivas en la lucha de todos los días. Lógico es esperar que la bruma de la frivolidad la enrede y le impida ostentar verdadera dignidad. Porque no hay dignidad sin conciencia y la suprema conciencia está en asumir con pleno conocimiento de causa las responsabilidades que da la vida al enrolar a un ser en su corriente, sea hombre o sea mujer.
De este ambiente de Colegio lesionado, de esa tutela familiar negativa, sale la muchacha a realizar el tercer lapso de su vida: la búsqueda, y ojalá consecución, del marido.
Este tercer estado, que algún ironista llamó ?cinegético?, es la desconexión definitiva de toda inquietud intelectual y también es un tránsito delicado a gastarlo, simplemente, en la forma más alegre y conveniente. Se me dirá: esa es la mujer sin necesidad apremiante de trabajar, la que puede vivir sin pensar en la realidad diaria. Argumento obtuso este. Porque, y esto es para mí básico en la constitución mental de las mujeres, la muchacha de Costa Rica no tiene urgentes necesidades económicas que la obliguen a tomar una consciente actitud de la vida y que desarrollen, simultáneamente con el sentido de responsabilidad, la ambición y las nobles inquietudes. Hay, claro, un sector de mujeres que se ganan la vida y sin otra posibilidad de subsistir que su propio esfuerzo, pero no es, por cierto, entre estas mujeres, la frivolidad frecuente; en ellas sólo abunda la tragedia. La muchacha media la más numerosa en los lugares de más acentuada intrascendencia entre el sexo femenino ?como las ciudades-, que se ha asimilado hasta el máximo la inconsciencia ambiente, es la que trabaja sin depender exclusivamente de ella misma y así continúa siendo una sucursal bien escogida de la casa, escogida para que no haya contactos ?peligrosos?, donde no se ?mate? y hasta la cual llegue la benevolente protección familiar. La muchacha se sienta ante otro pupitre, esta vez con sueldo, a esperar el fin de mes como antes esperaba la nota. En tal condición económica, se amortiguan los golpes de la realidad, pues la empleada resulta una simple ayuda en la casa, es decir, una ridícula suma que abona a los anteriores desvelos familiares, si es que, por el contrario, no da un cinco. Como resultante, la ambición se embota y se encausa hacia la vida de un club como único objetivo, lo cual supone el lujo en el vestir como una sola obsesión. Esta tercer a etapa se prolonga, como un juego también, hasta el recodo donde se plantea la bifurcación: o se camina hasta el matrimonio, sobre las bases y con la herencia apuntada, o hasta la soltería infértil y negativa de nuestras mujeres.
a la mujer costarricense de la frivolidad ambiente
Sé que el Colegio, al cual deseo rendir de este modo ?bien humilde por cierto- homenaje de gratitud y de cariño, ha medido, desde luego que la fórmula, la magnitud y trascendencia de esta encuesta pública. Dado que es difícil suponer las infinitas ramificaciones y aspectos de este problema, y lo peligroso, para cualquier mentalidad cobarde, de enfocar con recta y certera visión la raíz de un mal que ya adquiere caracteres de epidemia, el Colegio da una muestra decisiva de conciencia docente al abrir en esta forma la puerta a la voz pública, y especialmente a la voz femenina, para que se sientan todos cada día más ligados a la labor que ahí se realiza.
Lo que ahora hace el Colegio equivale a desvestirse de aquella significación puramente ?educativa anquilosada?, que pretendía ver la cuestión pedagógica como una cosa desconectada de la vida que fuera de sus puertas se deslizaban, y que no había asimilado del producto del ambiente y por lo tanto está indefectiblemente ligado a él. De este modo se termina en forma brillante la vieja manía de tomar al alumno como a un conejillo de Indias para realizar en él experimentos y así muere el error de que dichos experimentos pedagógicos comienzan y terminan en el laboratorio. Cuando el alumno ingresa a las aulas es ya un producto, una resultante de impresiones, influencias y emociones fuertemente grabadas en su subconsciente, con las cuales no se puede dejar de contar. Y cuando este alumno sale, va directamente a moverse en un mundo extraño, que acabará de majar en su personalidad hechos y casas que lo condicionarán decisivamente y para los cuales no puede ignorar el Colegio que trabaja.
Creo haber entendido satisfactoriamente el alcance y significación de este gesto, con lo cual me siento capaz de entrar en materia, no sin agradecer antes a "mi Colegio" lo que hace ahora por la juventud de Costa Rica, como en otro tiempo lo hizo por mi personalmente.
La situación social de la mujer en Costa Rica viene a ser la raíz madre de lo que el Colegio llama con tanto acierto frivolidad ambiente. Si aquello es la causa, esto es el efecto. Quiero dejar sentada esta premisa para deducciones finales. Urge por tanto, para entender el problema, remontarse al ambiente infantil familiar y seguir desde este punto de partida paso a paso el movimiento personal de la alumna, con el objeto de que por una simple observación ordenada de los hechos lleguemos a razonables conclusiones.
Desde que comienza la educación de nuestra mujer en el hogar se plantea ya su contradictoria situación: ¿Se educa a nuestras muchachas para que sean buenas señoras de casa, correctas esposas y fuertes madres, o se las educa para que tomen una activa parte en el conjunto social, dentro y fuera del hogar? Si es exclusivamente lo primero, entonces la labor del Colegio en sí esta reñida esencialmente con la educación familiar, desde donde se malea la personalidad de la mujer haciéndola creer que su único destino está en el matrimonio. El Colegio procura capacitar, que no otro propósito es el de los múltiples conocimientos que ahí se imparten. Ahora bien toda capacitación, con ser únicamente un medio, implica, por estricta lógica, un fin subsecuente, un objetivo que dignifique el trabajo realizado, que haga pensar en ilación y continuidad, y que no deje al cabo de cinco años de esfuerzos colectivos la obra trunca, porque la cultura conseguida en el Colegio no puede ser un fin en sí. Caso de que a nuestra mujer se la eduque con el segundo objetivo planteado, entonces se hace necesaria una pregunta orientadora, de ruta futura.
¿Qué va a hacer la alumna después de esos cinco años? ¿Tiene algún objetivo definido? ¿Para qué fin estudia? ¿Entiende la muchacha que se pone blusa rayada que la atención, el dinero gastado, el tiempo invertido y el esfuerzo realizado son valores que necesariamente exigen una finalidad, que se les ponga al servicio de una causa definida? ¿Comprende que la estudia lo hace por algo, y sabe qué es ese algo? ¡No!
La generalidad de nuestras muchachas, la casi totalidad de los padres que las colocan en el Colegio, no se han formulado esa pregunta. Y ellas van porque ?papá quiere?, porque es muy bonito o por necesidad de poder decirse bachiller a los 17 ó 18 años. El padre la matricula: porque a los hijos hay que ?educarlos? (uno de los nuevos deberes paternales que la civilización ha agregado a los tantos y tan difíciles de criar hijos) y es urgente ocupar su imaginación y su tiempo durante los cinco años que hay entre su desarrollo y la ?colocación? definitiva en las manos de un hombre que por A o por B motivos quiera hacerse cargo de ella: el marido. Eso es todo. Pero, digo yo, ¿será justo conformarse con un "eso es todo"? está eso o no reñido con la labor que el Colegio pretende realizar?
La posición viene desde la casa, desde la calle, desde la más elemental educación. Aún más. Este mismo problema tiene diferentes aspectos individuales, ya afecte a cuál de los tipos de muchachas que ingresen al Colegio.
Hay la que va desde el más humilde de los hogares, haciendo inauditos equilibrios económicos para sostener con decoro su posición de estudiante. La otra, que llega de una casa más o menos acomodada, pero sin perspectivas alentadoras que le permitan seguir siendo una carga para la familia.
Y la tercera, la de la casa rica.
La primera, que se supondría la más urgida para señalar su camino, no lo hace, porque sabe que a la hora de dejar el Colegio, si es que llega al final, la palpitante realidad la hará buscar una solución económica inmediata, y ahoga así en el taller o en el mostrador la Aritmética, el Algebra y hasta la Geografía, conocimientos que han resultado de este modo casi inútiles, sin vitalidad. Para esta el Colegio es solo un transitorio puerto entre dos tempestades, la ocasión ilusoria de amistades que muy difícilmente concretan, el contacto alegre con clases sociales vedadas. Esta no desea tomar el estudio en serio: ¿para qué? En cambio, está demasiado dispuesta a tomar en serio las primeras visiones de otra vida que nunca conocerá bien y que durara escasamente cinco años ...Ahora, como esa vida es halagüeña se convertirá en su realidad de Colegio. Nunca el estudio en sí. La segunda, la que oscila entre un grupo y otro, tiene también una bivalente óptica del Colegio. No sabe si las aulas se hicieron para el contacto con la gente alegre de uniforme, solamente, o si va también a estudiar. Para esta el marido es ambiguo. Juega a que "tal vez" ...
La tercera, la rica, tiene tiempo hasta para pensar. A veces el dinero hasta tiempo proporciona. Nada es urgente para ella. Si estudia y ?saca unos? y el papá es liberal, va a Estados Unidos, no sin estrenarse antes en el Nacional, pomposamente vestida de blanco. Y de regreso, ?posiblemente? escoja con quién casarse. No tiene realmente importancia para ella si lo toma en serio o no.
Carente de orientación verdadera, la mujer sólo tiene un incentivo para el estudio: la competencia por la buena nota a como haya lugar y la consecuente memorización, el aprendizaje muerto en sí. Así es como la intrascendencia, la frivolidad germinan en terreno abonado. Son cinco años decisivos perdidos por falta de continuidad, por ver la vida como una ?cosa? en etapas: escuela, colegio, marido, y no como una obra de construcción interna y externa, con movimiento y finalidad. De ahí que para casi todas el Colegio sea: el recreo, los desfiles, la ?salida a las once? y la nota.
La misma situación pre-colegial a que antes aludí está preñada de contradicciones que luego repercuten en la personalidad, en la orientación de la mujer. Una de las más serias que crea la intolerancia doméstica es el gravamen intelectual que significa ser ?hija de familia?. El origen de este término debe ser tan ambiguo como su significado. Ser ?hija de familia? equivale a estar sujeta a la tutela intelectual y moral de nuestros mayores, a perpetuidad; viene a ser como un descargo de responsabilidades en un persona que se considera más capaz para asumirlas. La ?hija de familia? es el producto de un núcleo pequeño y errado ?cerrado, esto es lo grave- al exterior y del que generalmente el padre es la puerta y la llave a la vez. Las influencias exteriores son cotizadas, pesadas y medidas por dicho mentor, las opiniones controladas directamente y, lo que ya es del todo malo, las actividades volitivas borradas en su casi totalidad. Porque poco importa velar celosamente por la hija, si luego discuten con ella las decisiones tomadas, tratando de educar su personalidad, su capacidad para decidir por el buen camino con criterio propio. Lo grave es lo otro, la obediencia irrestricta, sin discusión amigable ninguna y el respeto también irrestricto a lo decretado con anterioridad. Esta clase de dependencias es consecuencia inmediata, por la incomprensión de los deberes y derechos paternales, de la dependencia económica forzosa de la mujer durante el período que por desgracia muchas veces ocupa toda una vida. Ahora bien: quede bien claro, que no voy contra el respeto y la obediencia bien entendidos, sino contra las consecuencias de la interpretación ambiente sobre lo que es ?docilidad?. Y estos efectos de obediencia y respeto, según el significado corriente, de la hija para el padre ?que como ya dije anteriormente, tienen un causa económica- no son lo suficiente elásticos para adaptarse a las nuevas modalidades a que está sujeta la familia media en Costa Rica, en la cual es más frecuente el caso. Esta familia, de pocas posibilidades monetarias, tiene generalmente que lanzar sus hijos a la vida, al trabajo y a un ambiente en contra del cual los ha acondicionado. Y al exigir a los hijos tal actitud, se encuentran éstos cohibidos, sus responsabilidades limitadas a cero, puesto que han de recaer lógicamente en el que planteó la posición. La muchacha así, se ha acostumbrado a que dicha persona piense por ella, a que la vida no sea más que una realidad para el padre, único quien tiene que asumir actitudes agresivas y defensivas en la lucha de todos los días. Lógico es esperar que la bruma de la frivolidad la enrede y le impida ostentar verdadera dignidad. Porque no hay dignidad sin conciencia y la suprema conciencia está en asumir con pleno conocimiento de causa las responsabilidades que da la vida al enrolar a un ser en su corriente, sea hombre o sea mujer.
De este ambiente de Colegio lesionado, de esa tutela familiar negativa, sale la muchacha a realizar el tercer lapso de su vida: la búsqueda, y ojalá consecución, del marido.
Este tercer estado, que algún ironista llamó ?cinegético?, es la desconexión definitiva de toda inquietud intelectual y también es un tránsito delicado a gastarlo, simplemente, en la forma más alegre y conveniente. Se me dirá: esa es la mujer sin necesidad apremiante de trabajar, la que puede vivir sin pensar en la realidad diaria. Argumento obtuso este. Porque, y esto es para mí básico en la constitución mental de las mujeres, la muchacha de Costa Rica no tiene urgentes necesidades económicas que la obliguen a tomar una consciente actitud de la vida y que desarrollen, simultáneamente con el sentido de responsabilidad, la ambición y las nobles inquietudes. Hay, claro, un sector de mujeres que se ganan la vida y sin otra posibilidad de subsistir que su propio esfuerzo, pero no es, por cierto, entre estas mujeres, la frivolidad frecuente; en ellas sólo abunda la tragedia. La muchacha media la más numerosa en los lugares de más acentuada intrascendencia entre el sexo femenino ?como las ciudades-, que se ha asimilado hasta el máximo la inconsciencia ambiente, es la que trabaja sin depender exclusivamente de ella misma y así continúa siendo una sucursal bien escogida de la casa, escogida para que no haya contactos ?peligrosos?, donde no se ?mate? y hasta la cual llegue la benevolente protección familiar. La muchacha se sienta ante otro pupitre, esta vez con sueldo, a esperar el fin de mes como antes esperaba la nota. En tal condición económica, se amortiguan los golpes de la realidad, pues la empleada resulta una simple ayuda en la casa, es decir, una ridícula suma que abona a los anteriores desvelos familiares, si es que, por el contrario, no da un cinco. Como resultante, la ambición se embota y se encausa hacia la vida de un club como único objetivo, lo cual supone el lujo en el vestir como una sola obsesión. Esta tercer a etapa se prolonga, como un juego también, hasta el recodo donde se plantea la bifurcación: o se camina hasta el matrimonio, sobre las bases y con la herencia apuntada, o hasta la soltería infértil y negativa de nuestras mujeres.
Yolanda
Oreamuno
(San
José, 1916 - 1956) Novelista y ensayista costarricense, destacada vanguardista
en vida y obra. En varios de sus escritos planteó una reivindicación de la mujer
respecto del abandono de estereotipos y clamó por una definición propia y por la
autoafirmación.
Constituye una de las personalidades más importantes de la
literatura costarricense. Con Fabián Dobles y Joaquín Gutiérrez forma la tríada
que renovó las letras de su país, pero ella no siguió la vía de sus compañeros,
el realismo social, sino que optó por el psicoanálisis y el monólogo interior.
Vivió en Guatemala, México, Chile y Estados Unidos. Desde su
juventud se rebeló contra las convenciones sociales y fue asidua lectora de M.
Proust, T. Mann y J. Joyce; de ahí su narrativa introspectiva, que profundiza en
el análisis del interior de los personajes. Por medio de sus ensayos ridiculizó
los estereotipos que impiden que los costarricenses vean los problemas en su
verdadera dimensión.
Su primera novela, Tierra firme (1946), es autobiográfica.
Ruta de su evasión (1949) constituye un recorrido, mediante el monólogo
interior y el fluir de la conciencia, por el espacio psicológico más profundo de
los personajes. La agonía de Teresa, una de las protagonistas, además de
representar su liberación total, significa una conquista importante, porque
logra en el último instante de su vida realizarse como persona.
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